Los consulados uruguayos en la guerra civil española: el caso de Alejandro Jaume

El pasado mes de setiembre, la agencia AP puso a disposición del público sus archivos visuales, que incluyen los fondos de British Movietone, el principal noticiero cinematográfico británico del periodo de entreguerras.
Una parte significativa del material grabado está dedicado, como no podía ser de otra manera dado el periodo, a informar sobre la Guerra Civil española. Pensados para ser proyectados en cines comerciales antes del inicio de las películas propiamente dichas, los noticieros de British Movietone adoptan el formato típico del género: una duración no mayor de cuatro o cinco minutos dividida en segmentos que trataban diferentes temas. Se buscaban para atraer la atención del público (que esperaba impaciente el inicio del film comercial), imágenes lo más descriptivas posibles. Así, abundan noticias sobre concentraciones de masas, sean de carácter político (manifestaciones, mítines) o que hiciesen hincapié en el tipismo de las tradiciones españolas (como, por ejemplo, procesiones de Semana Santa); se intenta trasladar la sensación de combate, aunque para ello se opte por forzar posados o remedar acciones bélicas, habida cuenta de la dificultad de grabar en directo desde el frente.  Por último, son abundantes las noticias sobre destrozos consecuencia de bombardeos navales o aéreos: la escena de una ciudad sembrada de cráteres, edificios reventados y víctimas civiles no podía dejar de impresionar a unos espectadores que, pocos años después, vivirían una experiencia similar a la observada entonces desde sus butacas.
Hemos localizado, siempre en los fondos de British Movietone, un pequeño fragmento que muestra el vicenconsulado de Uruguay en una ciudad indeterminada. La película no tiene sonido -era habitual montar primero los diferentes segmentos y locutarlos después-, pero según los créditos podría tratarse de San Sebastián. En el mismo fragmento aparece un consulado británico. Ambos están situados en zona portuaria y muestran signos de haber sufrido un bombardeo naval.
Viceconsulado de Uruguay bombardeado. Nótese el escudo y la bandera, que marcan claramente su condición diplomática.

Viceconsulado de Uruguay bombardeado. Nótese el escudo y la bandera, que marcan claramente su condición diplomática.

Estas imágenes nos han llevado a interesarnos por otra vertiente de la presencia uruguaya en la guerra civil: aquella representada por las instituciones orientales en España en el momento del golpe de estado. La historia de cómo el gobierno de Terra, con múltiples conexiones ideológicas con los totalitarismos europeos, rompe relaciones con la República en 1936 es bien conocida. Su embajada en Madrid cierra y los intereses uruguayos pasan a ser representados por la Argentina. Los consulados y viceconsulados de Uruguay en España reflejarán (y sufrirán) el posicionamiento de su gobierno. Hay que distinguir, además, entre consulados «oficiales» (aquellos atendidos por personal diplomático de carrera) y consulados y viceconsulados honorarios, a cargo de nacionales del país representado asentados desde hace tiempo en el lugar, con menos cobertura oficial.
Lo primero que hay que hacer notar es que, a diferencia de lo que ocurre en el territorio controlado por la República, los consulados extranjeros situados en zona rebelde no ven reconocido su derecho a conceder asilo. Mientras en Madrid miles de personas salvan sus vidas durante las primeras semanas refugiándose en embajadas extranjeras, quienes permanecen leales al régimen republicano no tienen la misma suerte en ciudades como Sevilla o A Coruña, por nombrar dos ejemplos donde la represión fue extremadamente violenta y la presencia de consulados extranjeros, notable. El caso más claro lo encontramos en Málaga, donde el cónsul de México, Porfirio Smerdou, refugia en su residencia a 567 personas durante el periodo de control republicano de la ciudad; cuando esta cambia de manos en 1937 y se inicia una represión salvaje que dejará 4.000  fusilados, las nuevas autoridades le impiden continuar con su labor humanitaria (a pesar de haberse beneficiado de ella anteriormente) y fuerzan su salida de la legación. Conviene recordar que cuando Smerdou intercede ante las nuevas autoridades franquistas por el antiguo alcalde republicano de Málaga, que le había ayudado a salvar la vida de cientos de personas, la respuesta del entonces fiscal Carlos Arias Navarro fue «pero cónsul, el alcalde es fusilable de necesidad«. Acto seguido, Arias Navarro se ganará el apodo de «carnicerito de Málaga» por su labor represora, mandando al pelotón de fusilamiento a miles de personas. Terminará su carrera política en los años setenta, como primer jefe de gobierno nombrado por Juan Carlos I.
Además, el gobierno uruguayo se desentenderá de la suerte que corran sus representaciones consulares, máxime si estas se encuentran en zona sublevada. El ejemplo más dramático es de Alejandro Jaume, cónsul uruguayo en Palma de Mallorca. Jaume, nacido en Montevideo en 1879, fue nombrado cónsul en Palma de Mallorca en 1904 tras estudiar Derecho en Barcelona y París. En 1919 se afilia al PSOE, ganando notoriedad pública por sus colaboraciones en la prensa local, que le confirieron un sólido prestigio intelectual. Elegido diputado en 1931 y 1933 (pero no en 1936), fue detenido el 19 de julio en Pollensa, juzgado en febrero de 1937 y condenado a muerte por «auxilio a la rebelión», la fórmula habitual empleada en los tribunales militares para tipificar la fidelidad al régimen democrático.
El gobierno uruguayo no movió un dedo en favor de Alejandro Jaume; si lo hizo, en cambio, el gobierno argentino que realizó diversas gestiones para evitar su ejecución. Sin embargo, estas no dieron resultado: Alejandro Jaume era una figura demasiado relevante en el panorama de la izquierda mallorquina y su oposición a la dictadura primorriverista le había hecho ganarse un número importante de enemigos entre las filas conservadoras.
De izquierda a derecha, Alejandro Jaume, Antoni María Ques y Antoni Mateu.

De izquierda a derecha, Alejandro Jaume, Antoni María Ques y Antoni Mateu.

El 24 de febrero de 1937, Alejandro Jaume fue trasladado junto con el alcalde de Palma, Emili Darder, Antoni Mateu (ex alcalde de Inca) y Antoni María Ques Ventayol (empresario y uno de los fundadores de Esquerra Republicana Balear) al cementerio de la capital mallorquina. El «tío Tano», como lo conocían afectuosamente sus familiares,  murió dignamente: al ser puesto contra el paredón, dando la espalda al pelotón de fusilamiento, levantó la mano. El oficial al mando le preguntó qué quería y Jaume respondió: «ver a quién me mata». Le dieron permiso para darse la vuelta y, mirando a los ojos de sus ejecutores, encendió con calma un cigarrillo en el momento de recibir una lluvia de balas.
La inquina que se le guardaba a Alejandro Jaume queda de manifiesto en un detalle siniestro: mientras el público presente aplaudía -no olvidemos que las ejecuciones en zona nacional tenían un carácter de escarmiento público, llegándose al extremo de que en Valladolid el arzobispo tuvo que rogar a sus fieles que no acudieran en masa a presenciarlas, pues se había llegado a «instalar un puesto de churros, como si fuese un espectáculo de feria»  -, un conocido falangista local, notando que Jaume no había fallecido en el acto, lo remató con su pistola mientras comentaba «este hijo de puta aun no está muerto». Acto seguido, secundado por sus colegas, orinó encima del cadaver.
En conclusión, el estado uruguayo no estará a la altura de las circunstancias en España, no solo ya a la hora de proteger la vida de quienes acudieron a él buscando auxilio, sino cuando se trataba de defender los propios intereses del Uruguay, empezando por la vida de sus representantes y ciudadanos. Solo la movilización popular en solidaridad con el régimen democrático republicano y la caída de Terra lograrán un cambio de posicionamiento, visible sobre todo a la hora de repatriar a aquellos súbditos uruguayos prisioneros en los campos de concentración franceses tras la caída de la República en 1939.